Aquello que algún día fue bueno

Compramos el póster en una tienda del boulevard de souvenires añejos y bolsos colganderos buscando desesperadamente dueño. Atendía detrás del mostrador un hombre entrado en años, nacido en tiempos de un Tánger internacional que ya no iba a regresar. Los objetos se amontonaban en medio de vitrinas caducas y polvorientas, y mientras R. decidía qué se compraba, a mí me invadió un sentimiento profundo de melancolía. Me sucede siempre que observo tiendas que se pierden, zapatos sin dueño tirados en mitad de la calle, perros abandonados. Desechos sentimentales y fotos en sepia que recuerdan que un día fuimos felices. Y me invade la melancolía porque adivino que aquello que ahora no tiene arreglo algún día fue bueno. Y porque recuperar ese pasado es tan improbable como pretender que las paredes de la tienda se reconstruyan, el zapato encuentre su par y el perro su dueño, el amor vuelva a recordarte y la foto te devuelva, ahora en color, la juventud que perdiste por el camino. 

2 pensamientos en “Aquello que algún día fue bueno

  1. «Mira, mi bueno, gracias a Dios hemos nacido en una ciudad donde no somos ni del todo cristianas, ni del todo judías, ni del todo moras. Somos lo que quiere el viento. Una mezcla. Amigas judías tuvimos que de solteras le pidieron un novio a San Antonio, y amigas moras que te hablaban de Miriam -la Virgen María- y del Arcángel San Gabriel, y cristianas, mi vida, que por matar al marido invocaban a la Aixa Candisha. Así que no hables».

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